¿Alguna vez les ha pasado que las cosas llegan o pasan cuando uno deja de pedirlas? Es lo mejor que podría pasar porque uno se da por vencido o deja de intentar porque pierde fe en que las cosas pasen. Yo hace aproximadamente 9 años que tengo un perro, Roary, el cual tiene entre 10 y 11 años; por años había pedido y preguntado por la posibilidad de tener un segundo perro con sólos “No” de respuesta, hasta que él llegó solo, sin anunciarse y sin la mejor presentación personal a decir la verdad.
Teo llegó de más o menos unos 9 kg, con el pelo apelmazado y olía sumamente mal, tenía un collar sin placa de identificación e… insisto, olía muy, muy mal. Mi mamá vió a un perro pequeño cerca de la casa y lo entró pues pensó que andaba perdido y era del sector u otro lado cercano a mi casa, lo entró para buscar a sus dueños o darlo en adopción. Yo llegué ese día mi casa y vi una gran mota de pelos con patas muy contento de verme como si me conociera de toda la vida, entré a mi casa, salí al antejardín nuevamente y lo revisé completo para cerciorarme que externamente estuviese bien. Lo llevé a la peluquería esa misma tarde porque era sumamente necesario, fue ahí cuando me dijeron que el perro era viejo, le faltaban varios dientes, su dentadura en general estaba muy gastada y notaron una leve incontinencia urinaria. Al salir de la peluquería, quedó precioso y, como suelen ser las cosas, una vez publicado en redes sociales todo el mundo lo quería por su nueva apariencia pero una vez entablada la conversación con posibles adoptantes no les fue agradable un perro de 13 años que se hacía pipí, incluso llegué a pensar que tarde o temprano su condición podría causar problemas y terminarían devolviéndomelo o, peor aún, dejándolo en la calle. Así fue como Teo pasó de ser un perro callejero a ser parte de mi familia.
Tengo que admitir que yo nunca había tenido dos perros y estaba fascinada por la idea sobre todo porque siempre lo había querido y se me había negado en tantas ocasiones. Teo era mayor, tenía aproximadamente unos 13 años, era sabio y seguro para desenvolverse en la calle, muy cariñoso conmigo y se llevaba muy bien con mi otro perro. Encajó perfecto en la casa y era perfecto para mí, siempre quise tener un perro tranquilo, seguro, que no causara problemas, obediente, cariñoso y amoroso y él lo era todo y más. Él llegó y sabía que se iba a quedar, incluso en una oportunidad se abrió la reja de la casa por equivocación con él en frente por un largo rato sin supervisión y él no se escapó.
Debido a su edad y para corroborar su bienestar lo llevé al veterinario, se le hizo una limpieza dental completa pues era su hocico el que tenía tan mal olor. El tiempo fue pasando y por un dolor en uno de sus dientes lo tuve que llevar nuevamente al veterinario, en esa visita me pidieron examen de sangre, radiografía y ecografía de él pues había que tener seguridad de que él no tendría problemas para tener una operación bajo anestesia por su diente. La ecografía se pidió para saber a ciencia cierta qué pasaba en su vejiga y por qué tenía incontinencia urinaria, fue en ella donde salió una masa en su bazo, la cual presionaba su vejiga y por eso le generaba esa “incontinencia” que al final nunca fue. El equipo veterinario con papeles e información en mano me recomendaron operarlo pues el perro estaba en buenas condiciones para el procedimiento y así se hizo, se operó un 01 de agosto de 2016, él salió bien de la operación y la masa se mandó a biopsia.
Después de la operación, Teo se recuperó sumamente rápido, se veía más vital y, lo más importante de todo, se dejó de hacer pipí. Durante su recuperación y por sus cuidados, él comenzó a dormir dentro de la casa y a pasar mucho más tiempo conmigo al punto que nos sincronizamos hasta para despertar. Una vez retirados sus puntos retomamos nuestros paseos los tres (o los cuatro cuando iba con mi hermana), él se veía muy alentado y aliviado por haberse sacado ese peso de encima. Fue ahí cuando llegó el resultado de la biopsia… Cáncer con metástasis.
Hice todo lo posible para que sus últimos momentos conmigo fueran los mejores del mundo, le di todos los remedios, suplementos y comidas especiales para que se mantuviese bien dentro de todo. Hasta que un día él se negó a recibir tratamiento, comida, agua, premios, lo que fuera. Fue ahí cuando él me hizo saber que ya tenía la decisión tomada y que nadie lo iba a sacar de eso. Ese día lo dormí en mi casa, en mi pieza, en el lugar en el cual a él le gustaba recostarse y mirarme. Él está en mi antejardín, justo debajo de mi ventana y no hay día que pase que no me acuerde de él, desde ese día ha pasado un año y ocho meses.
Quizás no es la historia más linda de adopción o más estándar en la que una persona se encuentra con un cachorro, se lo lleva a la casa y viven felices por muchos años. Mi historia duró 11 meses y fueron los mejores 11 meses que le pude dar a mi viejo. ¿Algún consejo o enseñanza de vida? Aprovechen el tiempo con sus perros, con su familia, con cualquier ser que les sea significativo porque, créanme, que es terrible saber que se te fue alguien y no tener recuerdos o fotos con ese alguien, sentir que el tiempo pasó y él o ella se fueron y no los aprovechaste lo suficiente. Junto con ello, los invito a nunca cerrar la puerta de la incorporación de otro perro a su vida, respeto a la gente que dice no querer seguir sufriendo pero creo que eso es solamente negarse a vivir, aparte que uno nunca sabe lo mucho que le puede cambiar la vida a un perro o ellos a nosotros. Actualmente sigo teniendo a mi Roary y adopté a una nueva perrita, Nina, y si bien me costó hacerme de la idea de tener otro perro por sentir que “reemplazaba” a Teo, les digo que no. Nadie es reemplazable en esta vida, además, uno siempre los tiene con uno, ellos siempre nos acompañan.
Paula Urrutia A.
Co-Fundadora Más Perros